Encendí la luz. Con tristeza advertí
que era falsa, como todo. Hubiera
preferido una vela, hasta me sentí
pirómano. O que fuese de día. Durante
esos momentos odié la electricidad con
todas mis fuerzas. Apagué la luz para
encenderla al instante. Tras sacar mi
cuaderno, empecé a leer el último
capítulo escrito de mi novela.