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Yo sé que hay algún morboso aquí. Yo sé que ahí estás. Casi hasta puedo ver la forma que define tu cara. Las asimetrías y lunares que bien reconoces en la oscuridad frente al espejo antes de encender la luz encandilando tus propios ojos.


Yo sé que me lees desde tu intimidad, desde la curiosidad de escuchar la historia de alguien aunque nadie hable. De sentir como las palabras que sueltan mis dedos recorren tu cabeza interiorizando las perspectiva de un solitario que asiste sitios con tumulto.

Sé que tú eres ese también. Ese que escribe las palabras que yo suelto. Ese que decide dejar entrar a un desconocido a su hogar sin preocupación de quedar invadido por otro ser. Ese que abre la ventana para que entre el aire fresco al cuarto, o para liberarse del aire bochornoso, húmedo y atrapado en tus tristes paredes.


A veces sin bateria en el celular te propones imaginar una historia. Ver el techo o el suelo. Ver las caras de las personas y encontrar alguna detenida en tu persona, sonreírle, luego mirar distraído hacia otro lado con suerte no habitado más que con el espacio donde te puedes abstraer. Dejar ir requiere un momento preciso que a veces tardamos años en encontrar.

De nuevo hago como si no te sabes todo ya. Como si hubieran huecos en la narrativa que no se han llenado por la especulación o tu imaginación tan despierta. Como si hubieras estado dormido mientras yo contaba, o tú en vigilia mientras yo dormía. Y el cuerpo cálido que reside a un lado tuyo es indiferente para ambos.

Hoy no es un día muy especial. Amanecí con la garganta cerrada y mocos en la nariz. Falté a la clase de la mañana y en el camino a la de la tarde desbloqueaba el micrófono del teléfono para asentir cada que el entrevistador me preguntaba algo. Derramé café encima de mi camisa, pantalón y el suelo del departamento de estudios literarios por apresurarme a la asignatura.

No podía recordar el salón donde asistiría a clase ya que el profesor decidió cambiar de aula. Le llamé a Anya y me confirmó que estaba a dos edificios de distancia. Me precipité solo para ver que el docente aún no había llegado. Él es sereno. Casi nunca ríe por lo que parece siempre tiene todo bajo control, y evidentemente así es. Me recuerda mucho a Narciso cuando conoció a Goldmundo. Un genio absoluto, fresco y estructurado. No es la primera vez que tomo clase con él. Algún semestre antes por alguna razón que no puedo (o quiero) recordar decidí faltar a la mayoría de sus clases y recursar. A veces no sé qué pasa por mi mente en cada segundo, solo estoy seguro lo que pasa en el momento que pasa y más aún cuando lo escribo. Cuando lo escribo es como si hablara con todo el mundo en mi silencio, abajo de las colchas con las que me cubro del frío y del exterior.

Publicado por Daemon S. Viatorem

Aficionado de la música, el baile y los viajes espirituales. Estudiante de Escritura Creativa por la UdG. Porretas Muertos. [Viajero Demoníaco] Forastero

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