LEONARDO FAVIO
«Si no fueras mujer fueras mi amigo».
Jaime Sabines
La pareja pelea en el colectivo, el reflejo en la ventana se lleva mi atención así que decido bajar el volumen de la música en mis auriculares. Advierto que es momento de enterarme bien del caso así que los remuevo por completo:
—Seguramente eso le dijiste a todas—.
—Eso no le quita un gramo de cierto, mis palabras nunca han sido mentira—.
—Eres un cínico, eres un descarado, estúpido, te creí todo—.
Él se queda helado mientras ella marcha notoriamente molesta, pensativo decide su siguiente manera de atacar. Todos curiosos sobre la relación y el origen de la pelea cuando como por descuido él ya estaba junto a ella.
—¡Seguramente eso le dices a todas!—.
—Y con ellas lo sentí tan real como contigo, pero ninguna de ellas significa nada ahora—.
—¡Y yo tampoco significaré nada!— con los ojos inundados en lagrimas ella siente que más bien él es el que no significará nada, que momento con momento la pierde, que sus actitudes arrogantes y ególatras, que su manera tan indiferente de ser cuando antes tan cálido. Ella sabía que ese momento iba a llegar en algún momento pero no pensó sería ahí. Ahora estaba harta, ahora estaba hasta la madre de éste pendejo que no dejaba de hacerla sentir miserable, que no le paraba de recordar todo lo horrible que uno suele ser, cómo uno se conforma con drama y cariño mal pagado, con nociones que dan mucho que desear, era momento de recomponerse.
Cuando lo aparta parece que él lo entiende finalmente. Acerca la manga de su camisa a sus ojos para limpiar su desmadre y luego la arruga más para sonarse bien los mocos. Ese día, en ese lugar sería la última vez que la vería pero el sonido de su voz para siempre con él, o más bien de su risa tan burlona y contagiosa, y de sus ojos que se hacían muy chiquitos cuando reían juntos.
La primera vez que la besó estaba demasiado nervioso que su estómago daba vueltas. Éste día lo había estado esperando mucho tiempo. Cuando la conoció parecía que todo tenía sentido. Parecía que las cosas estaban hechas con una función, con un fin. Se acercaron como bichos que caminan por un jardín muy grande, como peces que juegan en los ríos dulces que nunca paran de renovarse. Él había encontrado en ella a todas sus maestras y amigas, a sus madres, hermanos y rivales, ella había encontrado en él refugio, cariño, un compañero de aventuras y conversaciones largas, conversaciones que con el tiempo se reducirían hasta no existir más que en memoria.
Le gustaba mirarla mucho de cerquita, estarse acordando del espacio físico que ocupaba con uno que otro pellizco y beso suave. Estaba enamorado, enamoradísimo. Pensaba todo el día en ella que olvidó pensar en sí mismo y en todo lo que le rodeaba. Estaba tan enamorado con ella que olvidó de enamorarse de ella y se volvió un acto involuntario como respirar. Enamorado pero perdido, perdido en el tráfico ahora buscó salir de todo tormento.
Quise trabajar con un narrador testigo omnisciente en tercera persona y poco fiable, en este caso parece no saber todo y quizás es cierto, quizás lo que sucedía en esos precisos momentos los desconocía porque a pesar de conocer las intenciones la pareja, sus sentimientos, ideas y pasados, no sabe todo el presente si no pone atención, mucho menos se acercará a acertar al futuro, es solo un pasajero del transporte que en su mente entiende todo a medida que se desarrolla.