Se empezaba a salir un chorro de líquido de la jeringa. Por la ventana del carro miraba el helicóptero táctico que volaba sobre nuestras cabezas. El conductor dijo algo incomprensible y me imaginé no solo era culpa de la tela que le cubría su boca si no también por un problema del habla quizás causado por algún uso o abuso de sustancias.
—¿Perdón?— temí se distrajera del camino y presioné con fuerza mis calzones esperando detener cualquier rastro de húmeda evidencia.
—Digo que está cabrón la marina, ya ves… buscando a los guardaespaldas del marino que querían secuestrar—.
—¿Eso fue hoy?—.
—Ayer en la noche—.
Recordé que al subir al carro escuché en la radio sobre el arresto de la esposa del Mencho. Me parece todos esperábamos algo parecido al caso de Ovidio Guzmán, hijo del Chapo, en Sinaloa, e incluso fue una sorpresa el hecho de que se lo tomaran con mayor calma.
—Fue ahí a un ladito de Andares, no pudieron llevarse al cabrón que querían y terminaron llevándose a dos agentes que lo cuidaban, están cabrones porque la liberen—.
—Sí pues claro, ¿usted cree?— con esto último logré callarlo por unos minutos. Tomé la jeringa y la acomodé siguiendo el elástico del short que estaba usando aunque .
La orina la había conseguido de Jorge, un amigo de mi mejor amigo desde la primaria, Clovis. Fue extraño cuidar la puerta mientras orinaba en unos baños de un centro deportivo. Al abandonar cada uno hacia su casa sentí una mano áspera que me recordó a las arrugas que causa el tiempo hasta en el más inocente.