Narrando vidas

—¿De qué murió?— le pregunté, como si por un momento fuera ignorar la razón de la muerte. Hoy en día todos mueren de lo mismo: de mala suerte. Que si una bala perdida, que si un infarto al corazón, que si una enfermedad nueva y poco estudiada, últimamente una ocurrencia, una buena historia para un cuento, para un chiste.

Sus ojos se empañaron nuevamente y los míos le siguieron como si quisieran competir por los que carguen con más dolor en sus respectivos pechos, por los que sean más capaces de expresar la pesadez de párpados, la opresión de pecho de una manera más violenta. Pegó la vista del suelo y al encontrarle los ojos vi como si todo el asfalto realmente se moviera. Como si en la monotoneidad del relieve, en la designación de un tono sin color alguno, en ese neutro mudo, solemne, distante, estuvieran todas las posibilidades de un equilibrio: de un orden abrazando tanto caos.

El olor a canela me hizo sentir acogido como en una casa con chimenea donde procuran hornear galletas y panecillos. El piso se mantiene tibio como la arena de mi ciudad natal. Esa ciudad tan pequeña y tan estática donde parece que el tiempo no pega. Lo único que en esa ciudad pega son los políticos con sus constantes despilfarros del erario público (en ese aspecto México por muy basto es lo mismo en todos lados). Siempre que viajo fuera de México me parece que este país huele a polvo y sangre seca, es un olor parecido al hierro y sudor que genera un taller de herrería, es muy parecido a la sensación de incertidumbre cuando los balazos de un tiroteo cesan y bien podrían retornar en cualquier segundo.

—Sí sabes por qué ¿no? Sabes porque puso eso de esa forma. Lo que quería decir, la referencia, pues.

—No, no lo sé. Sólo sé lo que me hizo sentir.

El tiempo no es amable con nadie que mire la ventana demasiadas veces. El pasar de las figuras puede ser muy doloroso si no respiras profundamente como cuando después de sollozar por horas se da una gran bocanada. El neonato no puede parar su primer berrinche fuera del calor, no puede detenerse a satisfacer sus pulmones, su corazón, su cuerpo, está solo: está solo.

Dormían en un colchón en el suelo que cubrían con colchas empolvadas y llenas de genes de otro hombre. Ella le leía del libro oscuro sus pensamientos más dolorosos y él sentía en el pecho una especie de ñañaras, de temor, de vacío. Cuando él en silencio escuchaba atentamente y ella ensimismada leía en voz alta ambos se sentían comprendidos en esta sensación de no ser tal para cual. Un buen día alguien que la haría feliz buscó su cara en un lugar repleto de gente y él sintió un arrebato de celos ante un amor que no floreció pero que lo haría exitosamente cuando se apartara. Se apartó.

El hecho de pensar que no es para siempre es crucial

no es tan fácil para todos a mí me ha funcionado comer en el baño y llorar en las noches

Apenas puedo pensar en que habrá que levantarse de esta cama. Hoy, como muchos días anteriores siento una fuerte opresión en el pecho. Nada importa, nada realmente importa. Uno es lanzado a la vida solo con sus cueros y tiene que expresar todo lo que se siente, todo este cambio constante de un calor cómodo a un exterior extenuante y sobrecogedor.

Continuamente le aparece ese mensaje que no logró borrar,

–ya sea por debilidad

o por melancolía–

había decidido mantener el reproche de su sucia adicción

de su

desafortunada enfermedad.

Publicado por Daemon S. Viatorem

Aficionado de la música, el baile y los viajes espirituales. Estudiante de Escritura Creativa por la UdG. Porretas Muertos. [Viajero Demoníaco] Forastero

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